Los chicos y chicas de la Casa de los Muchachos, el pasado mes de abril, recorrieron 109 km del Camino de Santiago, Pablo nos cuenta la experiencia.
Este año se decidió, por primera
vez en el centro de día, hacer el camino de Santiago. Fue toda una aventura;
preparar el viaje, reservar albergues, las fechas, enseñarles qué es el camino…
Fueron unos días intensos para prepararlo todo y, por fin, llegó el día.
Salimos en dos furgonetas; once chavales/as del centro de día de entre diez y
dieciséis años, los educadores y Txomin. Por delante, siete días y 109
kilómetros para realizar esta gesta.
Nuestro camino empezó en Sarria,
casi a las once de la mañana, con un sol estupendo, sería una etapa para
conocer qué era esto de caminar y hacerse una idea para los días que nos
quedaban por delante. Poco a poco, el cansancio, y la falta de costumbre en
algunos, fueron pasando factura. Al llegar a Portomarín, pudimos descansar en
el césped de nuestro albergue, aprovechamos para darnos un masaje en los pies,
curar alguna ampolla. Por las tardes, la dinámica era siempre parecida: dar un
paseo por el pueblo, jugar a fútbol, a juegos de mesa,... Ya de noche,
recuperamos fuerzas en la cena y, al igual que en el resto de noches, tener
nuestra primera hora de familia en del camino. De estas, decir que es una de
las cosas que más les ha llegado a los chavales, tanto es así que, una semana
después, al recordar el camino, algunos escriben esto: “Me gustaron las asambleas porque me decían lo que tenía que cambiar.”
El resto de los días del camino,
ya las mañanas eran parecidas: levantarnos, desayunar y empezar a andar para
llegar al siguiente destino. Las jornadas
ya no eran ninguna novedad, ya sabíamos lo que teníamos que hacer,
andando y para divertirnos y disfrutar las horas de camino; algunos jugaban,
otros cantaban, otros aprovechaban para pensar... Cada cual a su ritmo, sin
prisas y haciendo único este camino. El tercer día de camino, ya dejamos de
hacer noche en albergues para quedarnos en una casita para nosotros solos, en
la que estaríamos hasta la última jornada. La casa aportó mucha libertad en el
camino... y mucha diversión también, nos hicimos hasta dos barbacoas para
cenar. A partir de la tercera jornada, se iba notando que nos íbamos conociendo
un poco más, pese a estar cansados, se iban viendo más sonrisas, se veía cómo
unos compañeros esperaban a otros para andar con ellos, como alguno le llevaba
la mochila a otro, se veía compartir agua y almuerzos… Se veía amistad.
En la cuarta jornada, pudimos
disfrutar del testimonio de Ionut Preda, un peregrino. Este hombre, de 34 años
de edad, sufrió un accidente con 8 años y perdió el pie derecho y, más tarde,
la pierna. Gracias a su esfuerzo, es un deportista de élite que ha hecho ya
varias veces el camino de Santiago y que ayuda a niños que necesitan piernas
ortopédicas. Este hombre, tuvo una charla con nuestros chavales que les hizo
reflexionar sobre sus vidas. Un chaval decía esto: “el Camino me ha ayudado a recapacitar y a pensar en mis cosas. Si
quiero algo, lo puedo conseguir esforzándome”, o “lo que más me ha gustado del
camino es conocer a mis educadores y compañeros, mucho mejor”.
El último día de nuestro camino, era un día especial y no andamos
muy rápido, todos sabíamos que se acaba y, alguno, se quedaría más tiempo.
Cuando llegamos a la plaza del Obradoiro, entramos todos juntos, de la mano,
como una familia unida que ha conseguido alcanzar su objetivo. Nos hicimos las
fotos de rigor y nos fuimos a comer, el sitio, sorpresa para ellos: Domino’ss
pizza. Después de comer, a ver al santo y a por nuestras compostelanas, que nos
las hemos ganado todos: “Me siento
orgulloso de que mis piernas y mi cabeza pudieran llegar hasta el final. El
camino me ha ayudado a valorar lo que tengo.” Por la tarde, nos fuimos a Agarimo, centro de
día que llevan los religiosos Amigonianos, a pasar la noche allí y a despedir
el camino y tener nuestra última hora de familia. En esta, ya no se trataba de
decir cómo había ido el día o qué nos había gustado o cosas para mejorar… Esa
asamblea sólo podía tener cosas positivas y, por eso, tuvimos una dinámica en
la que nos tapamos los ojos e íbamos pasando por el grupo y nos iban diciendo
lo que les habíamos aportado, positivo, esa persona.
A la mañana siguiente volvimos
para casa, hay que descansar y hay que reflexionar sobre todo lo ocurrido estos
días y valorar muchas decisiones. A algunos, puede que el camino les haya
servido más (“Yo creo que el camino me ha
ayudado mucho, he acabado un camino, pero he empezado otro.”) y puede que a
otros, no tanto, pero lo importante es lo vivido, el poso que ha dejado en cada
uno de nosotros estos días y lo conocido, el haber compartido, ayudado,
querido, y lo que nos ha hecho sentir cada uno de estos sentimientos. “Gracias
a mis compañeros y educadores por el Camino de Santiago.”
A la hora de valorar esta
experiencia, sólo me queda dar gracias a todos los que han hecho posible esta
vivencia intensa en la que, no sólo he conocido mejor a los educadores y a los
niños, sino que también me he conocido un poco más a mí mismo, y para ello voy
a utilizar la frase de un chaval que, al volver del camino, escribió esto: “Gracias por tanto, en tan poco.”
Pablo Blasco Poveda
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